El eclipse de San Juan
Encuentros
Tener la oportunidad de ver un eclipse total de Sol en Argentina era una condición muy afortunada, y lo sabíamos. El último fue en el año 2010, donde la umbra apenas tocó tierra sobre los glaciares de Santa Cruz poco antes del atardecer. Luego tuvimos un eclipse anular en febrero de 2017, que pudimos observar a la perfección desde Facundo, en Chubut. Para esta nueva oportunidad los planes comenzaron con más de un año de antelación, buscando las mejores condiciones climáticas y seleccionado posibles lugares para ver a la Luna cubrir por completo al Sol, algo que se da únicamente en una franja relativamente estrecha: fuera de ella el eclipse es parcial, y entre un eclipse parcial y uno total hay una enorme diferencia, la totalidad es todo un evento por sí mismo, incomparable a la parcialidad. Los mapas de nubosidad promedio indicaban que la región oeste de Argentina era la que mejores posibilidades de cielos despejados presentaba. Así fue como seleccionamos varios puntos de la provincia de San Juan, ubicados sobre rutas que cruzaban la línea del máximo.
Ubicación de la zona de observación. Fuente: Google Earth.
La localidad que nos alojaría en esta oportunidad sería Iglesia, en el departamento del mismo nombre, algo al norte de Bella Vista. Se trata de un pueblo de unos 500 habitantes que se encuentra a 1900 metros sobre el nivel del mar, con la Cordillera de los Andes al oeste, buenas perspectivas climáticas y la promesa implícita de dos minutos y medio de totalidad. Nuestro grupo sumó unos 20 miembros que fueron llegando poco a poco según sus propios itinerarios, algunos con sus vehículos, otros en avión. Parte del grupo, luego de aterrizar en San Juan y retirar el vehículo de alquiler, nos dirigimos por la ruta 40, la ruta 436 y la ruta 149, pasando por la mina abandonada Hualilán, un gran complejo que se dedicaba a la extracción de oro.
Mina Hualilán. Foto: Enzo De Bernardini.
La llegada a Iglesia fue en la tarde del sábado 29 de junio, con tiempo fresco, muy ventoso, mayormente soleado pero con algo de nubosidad. Nos instalamos en nuestro alojamiento, unos bonitos departamentos a estrenar, totalmente equipados y con venta de comidas ya preparadas a la vuelta de la esquina, y comenzamos a organizar las actividades del día.
Ruta 149 casi esquina Ruta 412, en Iglesia. Foto: Enzo De Bernardini.
Poco después nos movilizarnos a algunos de los posibles puntos de observación previamente seleccionados para evaluarlos. Por cuestiones de instrumental y la necesidad de poner en estación los telescopios (alinearlos) en alguna noche previa, no nos instalamos en Bella Vista, en el sitio del evento público sobre la Ruta 412. Luego de examinar los lugares seleccionados en los mapas, fue un punto nuevo, descubierto allí mismo, el que sería nuestro sitio de observación: el horizonte era muy bueno, con una excelente vista, y estaba muy cerca de los alojamientos en Iglesia, algo que facilitaría las cosas, particularmente para los que deberían pasar las noches allí, al lado de los telescopios, con temperaturas de 5 grados bajo cero.
Vista hacia el horizonte oeste desde Iglesia. Foto: Enzo De Bernardini.
El frío de julio, la sequedad del ambiente y el viento arrastrando el polvo protagonizaron las primeras tardes. Una nubosidad persistente, que parecía sobrevivir noche y día mientras se desplazaba de manera inquietantemente lenta nos preocuparon. Si la tarde del eclipse se presentaba así, las cosas podrían complicarse, pero confiábamos en los buenos pronósticos.
Paisaje en la Ruta 150, camino a Chile, cerca de uno de los posible spuntos de observación seleccionados. Foto: Enzo De Bernardini.
El silencio y la tranquilidad del pueblo era un alivio para la expectativa y ansiedad previa al eclipse. Años de espera, muchas horas de planeación, muchas horas de pruebas de instrumental, el viaje y las ganas de ver un eclipse total estaban a horas de definirse. Todo lo hecho estaría convergiendo en esos dos minutos y medio donde el Sol, la Luna, y nosotros estaríamos alineados.
El logo del eclipse diseñado para la ocasión, con el horizonte de nuestro sitio de observación. Foto: Rodolfo Ferraiuolo.
La noche anterior nos movilizamos a Bella Vista para saborear las horas previas al día del eclipse. Allí se habían instalados dos carpas gigantes, con un lado de la ruta para estacionamiento y el otro para el público, con una zona sectorizada para quienes tengan telescopios. Varios medios de comunicación, incluyendo un gran despliegue de un ómnibus de TN dedicado al evento, transmitían en vivo. El sentimiento de estar viviendo la anticipación de un evento extraordinario era compartido por todos. Faltaba menos de un día para eclipse total de sol tan esperado.
Noche anterior el eclipse, en el punto de observación de Bella Vista. De izquierda a derecha: Enzo De Bernardini, Ezequiel Bellochio, Martín Mosselini, Rubén Barros, José Bianco y Pablo Cirelli. Foto: Fabiana Aranda.
El 2 de julio de 2019, el día del eclipse, comenzó con las mejores expectativas. El cielo estaba completamente despejado, sin viento, y se disfrutaban agradables temperaturas. El pueblo, por otra parte, fue revolucionado por un torrente de vehículos que en nada se parecía a la quietud de los días previos. Nuestro afortunado alojamiento estaba frente a la ruta que viene de San Juan y continúa a Bella Vista. Allí comenzaron a pasar caravanas de autos, ómnibus y motorhomes, todos rumbo al punto de observación público en Bella Vista. La anticipación y ansiedad subían con cada minuto. Aún era de mañana, pero todo ese movimiento nos motivó a estar listos cuanto antes.
Nuestro lugar de observación, en la orilla elevada del rio Iglesia, visto desde arriba tomado por un drone. Foto: Ezequiel Bellochio.
Los equipos más complejos y con los planes fotográficos más ambiciosos ya estaban alineados desde hacía dos noches y las notebooks cargadas con los softwares y scripts listos para ejecutar las tomas en los momentos precisos y con las configuraciones predefinidas ya tiempo atrás, todo en función de disfrutar del evento de manera relajada, entre amigos, mientras la tecnología hacia lo propio para así luego llevarse un gran recuerdo fotográfico. Los equipos más sencillos fueron alistados un par de horas antes del inicio del primer contacto, momento en el que la Luna comienza a cubrir el disco solar.
Las temperaturas sorprendieron, con unos 24º C y el Sol a pleno brillar la ropa térmica fue reemplazada por indumentaria más liviana, pero manteniendo el abrigo cerca porque sabíamos que las condiciones cambiarían al transcurrir el evento.
Algunos equipos instalados en el sitio de observación. Foto: Enzo De Bernardini.
La fase parcial del eclipse comenzó, y los equipos iniciaron sus secuencias automáticas. Con los anteojos solares siempre a mano y con las expectativas al máximo, la Luna avanzaba sobre el disco solar, el cual se nos presentaba completamente limpio, sin ninguna mancha solar, algo propio del momento ya que el mínimo del ciclo solar de 11 años había llegado.
Comienza la fase parcial. Foto: Enzo De Bernardini.
Las sombras eran cada vez más nítidas. El brillo de la luz solar fue disminuyendo a medida que se acercaba el momento de la totalidad. El color de la luz era el de siempre, pero la intensidad mucho más baja, creando una atmósfera muy especial. La temperatura fue disminuyendo rápidamente. Faltaban pocos minutos para la totalidad. Era indetenible, era un hecho, estábamos por verlo.
Vista de drone del sitio de observación. Foto: Ezequiel Bellochio.
Los instantes previos a la totalidad fueron como el crecer de una ola antes de romper contra la costa, con la intensidad punzante de lo que está por suceder. El último hilo de luz solar fue enceguecedor hasta que la Luna lo cubrió por completo. La umbra nos había alcanzado. El cielo se oscureció. La corona solar rompió contra la esfera celeste, frente a nosotros. La vista es indescriptible, ni las palabras ni las imágenes llegan a transmitir lo que un eclipse total muestra a los ojos del observador. El punto más oscuro del cielo era el centro del Sol. La corona aparece rodeando el disco oscuro, plateada y majestuosa, delicada y poderosa. El sentimiento es el de estar dando una corta pero privilegiada mirada a un tesoro oculto, a una auténtica vista espacial, casi mágica. Binoculares y telescopios mostraron prominencias rojizas en el borde solar, con la cromósfera visible como un fino arco carmesí. Vimos estrellas, vimos el horizonte crepuscular, la temperatura se desplomó, rápidas bandadas de pájaros cruzaron la visual mientras las expresiones de admiración no se detenían.
Video del momento central del eclipse tomado desde un drone. Créditos: Ezequiel Bellochio.
Y luego el final. El primer rayo escapando por un valle lunar formó un diamante de luz mientras el anillo más brillante de la corona solar aún rodeaba a la Luna. Una despedida de belleza explosiva, con una mezcla de euforia y pena, esto último por ver como se pierde tras la luz aquello que unos segundos antes nos deslumbraba en la sombra.
Todos nos saludamos emocionados, felices y satisfechos. Los planes se habían concretado, toda la dedicación se había sublimado en 150 segundos de totalidad. Un éxito completo.
El grupo del eclipse. Foto desde drone luego del máximo. Foto: Gastón Ferreirós.
El evento continuó en su fase parcial hasta que el Sol se ocultó tras las montañas, aún eclipsado, en una última vista espectacular mientras el disco se recortaba contra los picos nevados. La temperatura había caído hasta los 6ºC. Lo que empezó como un día de calor al Sol ahora era un atardecer frío, con todos los equipos helados al tacto.
Alejandro Creta (seguir en Instagram)
Regresamos a los departamentos, impactados por el evento, mirando rápidamente algunas fotos, enterándonos de la suerte de otros puntos de observación y comentando sin parar la belleza de lo visto y la suerte de haber estado bajo la umbra lunar, sin dudar que en diciembre de 2020 haremos nuevamente el viaje que nos permita vivir una vez más la extraordinaria experiencia de un eclipse total de sol.